La historia de las revoluciones gira casi siempre en torno a los grandes personajes. Ideólogos, políticos y militares, el orden no es aleatorio aunque cualquiera de ellos puede enmarcarse en varias categorías, que triunfaron o fracasaron y cuyas historias y acciones sirven luego como espina dorsal de la narración de los hechos. Sin embargo, es importante no olvidar que frente a uno que habla tiene que haber muchos que escuchen, y que todo movimiento se compone, necesariamente, de personas, gran cantidad de ellas, que se organizan, trabajan, construyen, triunfan o fracasan en batallas que no pasarán a la historia, como conseguir, un día tras otro, algo de comida o una medicina vital. Esto mismo se ha desarrollado en la revolución que desembocó en la Guerra Civil siria.
Durante la Guerra Civil siria, en el mismo momento en que se iniciaron las manifestaciones contra el régimen surgieron los Tanseequiyat, o comités de coordinación, que al principio fueron un asunto puramente local. Tal y como los definen Robin Yassin-Kassab y Leila al-Shami en País en llamas, eran grupos de cinco o seis personas que se conocían, círculos de confianza que empezaron a trabajar en secreto para fomentar la oposición al régimen, y que también, según pasaba el tiempo empezaron a contactar con otros grupos similares. Cada uno de ellos tenía su propia ideología, fruto de la que profesaban sus componentes, y entre izquierda y derecha, religiosidad y laicidad, el resultado fue un mosaico multicolor que tal vez demuestre otra de las afirmaciones de los autores citados: la revolución se originó en las calles y nunca se escindió, porque nunca fue monolítica.
El día a día de quienes formaron parte de estas células supuso sacrificios importantes, pues muchos dejaron sus trabajos, o sus carreras, para poder dedicarse plenamente a su nueva vocación. ¿Cuál era esta? Fundamentalmente, organizar la resistencia en sus comunidades, inventar eslóganes, preparar pancartas para las manifestaciones, construir barricadas para proteger los flancos de las grandes columnas de personas que recorrían las calles y, sobre todo, documentar todo lo que pasaba y subirlo a las redes sociales. Más que ningún otro, el conflicto sirio se está desarrollando también en internet (el presente, no lo olvidemos, resulta aquí terriblemente pertinente). El inicio de la Guerra civil siria modificó en parte la función de estos grupos, que también se dedicaron a organizar hospitales de campaña improvisados y a recoger y distribuir comida y medicinas, sobre todo para llevarlos a los barrios que habían sido sitiados por el Gobierno.
Tal vez un poco más tarde, pero en paralelo, surgieron los Comités Locales de Coordinación, que son parte de una organización más centralizada y cuyo origen parece situarse el 16 de marzo de 2011, durante una protesta a las puertas del Ministerio del Interior para pedir la liberación de los presos políticos en la que diversos líderes civiles tuvieron la ocasión de hablar y encargaron a varias personas, entre estas ellos mismos, que volvieran a sus lugares de origen y los organizaran. Sin duda se trataba de una organización más conectada, un poco por encima de los movimientos de base, pero igualmente valiosa y con funciones un tanto diferentes: poner en comunicación a las pequeñas unidades revolucionarias que operaban en cada sector, sincronizar la visión política de todas ellas para trabajar todos por un mismo objetivo y, sobre todo, documentar y transmitir –una vez más– los abusos del régimen. Inicialmente ignorados por las grandes cadenas panárabes, las redes sociales se convirtieron en sus grandes aliadas y, una de las misiones de los componentes de los comités llegó a ser viajar por el país para dar clases a la población sobre el manejo de las webcams o sobre como subir las grabaciones de los teléfonos móviles a la red.
Políticamente, los comités trataron de coordinar todas las opciones que se oponían al régimen desde la acción colectiva y la no violencia. Sin embargo, su propio idealismo supondría, a la postre, una fuente de desavenencias. Las diferentes opciones políticas, y religiosas, no tardaron en competir; y también resultaba difícil abstraerse de los roles sociales desarrollados durante el antiguo régimen. Poco a poco surgieron discusiones entre sus componentes: los revolucionarios más jóvenes no siempre estaban de acuerdo con los líderes tradicionales; y en más de una ocasión se intentó, a pesar de todas las presiones y argumentos en contra, excluir a las mujeres de la toma de decisiones. La militarización de la Guerra Civil siria, a la que siempre habían tratado de oponerse los Comités Locales de Coordinación, supuso el inicio de su declive. “En un movimiento sin precedentes a lo largo de los últimos días, los sirios en Siria y en el extranjero han hecho un llamamiento a que la población tome las armas, o a que haya una intervención militar internacional […] Aunque nosotros entendemos la motivación para tomar las armas o pedir una intervención militar, rechazamos específicamente esta postura, ya que la encontramos política, nacional y éticamente inaceptable”. (Declaración de los Comités Locales de Coordinación del 29 de octubre de 2011, citada en Robin Yassin-Kassab y Leila al-Shami, País en llamas, p 131).
Otro problema grave al que tuvieron que enfrentarse fue la división religiosa. “La libertad es mi secta” fue uno de los eslóganes más importantes de estas agrupaciones, que se refería a que por mucho que quisiera considerar el conflicto sirio como una mera contienda religiosa, no era así. Son muchos los testimonios de cristianos, alauitas, chiíes o sunníes, por citar los grupos más importantes, que participaron en los comités, y cada vez más los indicios de que el régimen de Bashar al-Asad podría haber manejado las diferencias religiosas de los sirios en su país, aunque sin duda no todos los males han sido culpa del Gobierno. Llegados a este punto, es difícil escribir la historia sin personas, sobre todo porque, en este caso, son tristemente famosos los “cuatro de duma”: Razan Zaitune, abogada, activista por los derechos humanos desde mucho antes de la Guerra civil siria y ganadora de varios premios en este campo; Wael Hamadeh, también un importante activista y marido de la anterior; Shamira Jalil, defensora de los derechos de la mujer, que había estado cuatro años en las cárceles del régimen (1987-1991) y Nazem Hamadi, poeta y también activista. Todos ellos desaparecidos en la noche del 9 de diciembre de 2013 de los dos pisos que compartían en el barrio de Duma, en Damasco, presumiblemente secuestrados por Jaish al-Islam, una de las facciones islámicas radicales que forman parte de la rebelión contra el régimen de al-Asad que desencadenó la Guerra civil siria y que, sin embargo, ha decidido atacar a quienes, supuestamente de su mismo bando, no profesan sus ideas. A fecha de hoy se desconoce su paradero.
Tal vez los Comités Locales de Coordinación hayan sido incapaces de superar la prueba, y actualmente, al igual que la rebelión que fue su origen y que desembocó en la Guerra civil Siria, se hallan en horas bajas.
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