La Guerra Franco-Prusiana resultó del choque de dos voluntades, la del emperador francés Napoleón III, y la del canciller prusiano Otto von Bismarck. El Bonaparte, cuya posición en Europa se había deteriorado al ver frustrados por los alemanes todos sus intentos de expandir Francia en el Rin, quería dar una lección a Bismarck. Este, por su parte, ansiaba la agresión francesa, que le permitiría completar la unificación alemana merced a una “guerra patriótica”. La mejor preparación y la disciplina del Ejército prusiano inclinarían la balanza del lado alemán. La unificación de los Estados de la Confederación Alemana del Norte con los Estados católicos del sur, que habían permanecido neutrales tras la Guerra de los Siete Semanas –que acabó con la influencia de Austria en Alemania y dejó a Prusia como país hegemónico–, en 1866, se hizo realidad antes del fin del conflicto franco-alemán, el 18 de enero de 1871, con la proclamación del II Reich.

A escasos kilómetros del París sitiado por los ejércitos alemanes, donde miles de civiles y soldados pasaban hambre, la coronación del rey Guillermo I de Prusia como káiser, o emperador de Alemania, se celebró con pompa en un escenario cuidadosamente elegido: la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles, la joya de la corona de un rey que había hecho de Francia la mayor potencia de su época, Luis XIV. La fecha, el 18 de enero, también había sido establecida con especial simbolismo, coincidiendo con el aniversario de la elevación del Electorado de Brandemburgo a Reino de Prusia en 1701.

Proclamación II Reich

La proclamación del Imperio alemán, tercera versión (1885), óleo de Anton von Werner (1843-1915), Bismarck Museum, Friedrichsruh. Este cuadro fue encargado por la familia real prusiana para celebrar el 70 aniversario de Bismarck. Dos versiones previas fueron destruidas por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial.

El cuadro oficial de la ceremonia, salido de los pinceles del pintor por antonomasia de la época guillermina, Anton von Werner, agregado al Tercer Ejército alemán bajo el mando del príncipe heredero Federico Guillermo de Prusia, capta con creces la esencia del momento. En la sala solo se observan hombres de uniforme: reyes, príncipes, generales y diplomáticos. Además del káiser Guillermo, son visibles en la escena el príncipe heredero; el duque Ernesto II de Sajonia-Coburgo-Gotha; el Gran duque Federico I de Baden; Albrecht von Roon, ministro de Guerra de Prusia, y, por supuesto los arquitectos de la victoria alemana sobre Francia, Otto von Bismarck y el mariscal de campo y jefe del Estado Mayor General, Helmuth von Moltke.

Un káiser renuente para el II Reich

Guillermo I no asistió muy contento al acto, pues el día previo le había sido denegada su pretensión de llevar el título de “Rey de Prusia y Emperador electo de Alemania”. Salvo Baviera, que lo haría por un estrecho margen el 21 de enero, todos los Estados alemanes habían ratificado en sus respectivos parlamentos su consentimiento a la unión. Bismarck no deseaba molestarlos, y la fórmula pretendida por el monarca evidenciaba de un modo innecesario su pretensión regir Alemania al estilo prusiano. Al igual que otros prusianos de la vieja escuela, Guillermo I temía que su reino quedase diluido en la Alemania unificada. “Este es el fin de la vieja Prusia”, había refunfuñado junto a Bismarck al recibir la carta firmada por todos los príncipes alemanes en la que estos le ofrecían la corona del II Reich, el 2 de diciembre anterior. Los temores eran compartidos, aunque en un sentido inverso, por los líderes conservadores de los Estados alemanes del sur. Luis II de Baviera encontró la coronación “infinitamente agonizante y dolorosa”, según escribió a su hermano.

Proclamación II Reich

Los combates durante el invierno de 1870-1871 fueron de una crudeza sin parangón, tanto por lo encarnizado de los enfrentamientos como por las condiciones climatológicas extremas.

El día después de la coronación, el Palacio de Versalles recuperó su función original durante la ocupación, la de hospital de campaña. Los franceses, dispuestos a un último esfuerzo, lanzaron 90.000 hombres en un frente de seis kilómetros hacia Buzenval, en dirección a Versalles. El peligro, sin embargo, fue efímero. El V Cuerpo alemán del general Von Kirchbach se las arregló para rechazar la ofensiva con apenas 21.000 efectivos. A costa de 610 bajas, los alemanes infligieron 4.070 a los franceses. París se rindió días después, el 28 de enero, y el triunfo alemán fue completo ante el asombro de toda Europa. El 9 de febrero, durante un discurso en la Cámara de los Comunes, el primer ministro británico, Benjamin Disraeli, sentenció: “La guerra representa la Revolución alemana, un acontecimiento político mayor que la Revolución francesa del siglo pasado”. Por mucho que a la larga el II Reich resultase efímero, Disraeli acertó al predecir el enorme impacto para Europa del militarismo germánico.

 

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