Durante las horas oscuras de ese mismo amanecer, una de las grandes protagonistas fue la Luftwaffe, la fuerza aérea germana. En diversos aeródromos iniciaron su despegue las impresionantes armadas que iban a aplastar las bases aéreas aliadas; las flotillas que transportaron sobre Holanda la fuerza aerotransportada del general Student –compuesta por la 22.ª División Luftlande (“areotransportable”) y elementos del 1.er y 2.º Regimiento de cazadores paracaidistas– y las sibilinas formaciones que transportaron a diversos grupos de comandos sobre la frontera belga y francesa con la misión de facilitar el avance de las tropas de asalto de los Heeresggruppen A y B.
Efectivamente, a menudo se olvida que la invasión de Francia se inició con una importantísima serie de acciones de fuerzas especiales. Algunas de ellas son más conocidas, como la conquista del fuerte Eben Emael o los puentes sobre el canal Alberto, pero también hay otras de menor entidad que han pasado al olvido, como la operación Niwi, los comandos Hedderich, las unidades enviadas a desbloquear los puentes de Luxemburgo o los raids de las fuerzas especiales “Brandemburgo”, como el de Genappes.
La invasión de Francia
Sin embargo, por muy útiles que fueran los grupos de asalto especiales a la hora de eliminar los obstáculos iniciales de la invasión de Francia, perdieron su protagonismo cuando las grandes formaciones se internaron hacia el oeste y la ofensiva pasó a depender de la maniobra de “corte de hoz” diseñada por el general Manstein y de una logística excepcionalmente bien organizada.
En lo que a la primera se refiere, la idea operacional era bien sencilla: surgir de los bosques de las Ardenas, romper el frente francés por el Mosa y progresar hacia el oeste, el noroeste y el norte, ejecutando una maniobra parecida al movimiento de la hoz durante la siega, una hoz cuya punta señalaba un puerto de vital importancia: Dunkerque, una batalla a la que dedicaremos el número de julio de la revista Desperta Ferro Contemporánea. Este avance no hubiera sido posible sin una logística –el segundo elemento– excepcionalmente bien organizada.
Los escalafones de suministro de las divisiones Panzer se valieron de un arma secreta especial: la lata de combustible, que más adelante sería bautizada por los británicos con el nombre de Jerrycan. Estos depósitos viajaron a bordo de los carros de combate que iban en vanguardia; fueron amontonados y posteriormente recogidos, una vez vaciados, en las cunetas, por los camiones de las columnas de suministro; e incluso fueron arrojados desde los aviones. Lo importante era que la progresión no se detuviera nunca, y lo cierto es que cuando lo hizo fue por orden de los propios mandos germanos y no por falta de gasolina.
La velocidad era imprescindible para que le plan tuviera éxito pero, por si acaso, se previó una maniobra de distracción: el 6. y el 18. Armee atacarían violentamente por Holanda y Bélgica, ejerciendo, en palabras del propio Basil Liddel Hart, como “capa” del torero, contra la que embestirían furiosas las mejores tropas aliadas antes de que el “estoque” –las divisiones Panzer– partiera el frente en dos para rodearlas y aniquilarlas.
Si bien inicialmente este plan alemán funcionó a la perfección, poco a poco los mandos aliados se dieron cuenta de que la retaguardia de su ala norte estaba amenazada y empezaron a destacar tropas del frente hacia la misma hasta formar una inmensa “V”, cuya punta se colocó en torno a Lille (véase “La ‘ratonera’ de Lille», en Desperta Ferro Contemporánea n.º 21) y cuya parte abierta fue de Nieuport a Gravelinas.
La evacuación de Dunkerque
El cerco así creado obligaría a la fuerza expedicionaria británica (BEF) a retirarse, embarcando desde las playas de Dunkerque en lo que ha sido considerado como una de las evacuaciones por mar más señaladas de la historia, un logro en el que no es desdeñable la participación de los soldados franceses, británicos y belgas, que lucharon con arrojo para defender el perímetro, permitiendo que sus compañeros escaparan a costa de sus propias vidas en algunos casos, y del cautiverio en otros.
Llegados a este punto, y aunque como dijo el propio Winston Churchill, las guerras no se ganan con retiradas, es importante puntualizar que la huida de los soldados de la BEF durante la invasión de Francia fue crucial a la hora de que el Reino Unido siguiera en conflicto, pues durante los días previos a esta, la posibilidad de perder a la fuerza expedicionaria llevó a lord Halifax, uno de los miembros del Gabinete de Guerra del primer ministro británico, a abogar intensamente a favor de sondear una mediación italiana para poner fin a la contienda con Alemania.
Churchill consiguió evitar que esto sucediera, pero autores como John Lukacs sostienen que de haberse perdido la mayoría de los soldados desplegados en Francia, el viejo bulldog se habría visto obligado a dimitir, y su más que probable sucesor habría sido Halifax. No fue así, y aunque Francia cayó y al Reino Unido le quedaría un año de soledad hasta que Hitler desencadenara un choque de titanes invadiendo la Unión Soviética, poco a poco las tornas se fueron volviendo y en junio de 1944 los que se habían retirado en Dunkerque volvieron por Normandía para asegurar la derrota definitiva del hitlerismo.
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