Ya sabíamos que el centenario resultaba incómodo a las autoridades rusas, por descontado nada propensas a conmemorar la Revolución. De hecho, ya en diciembre de 2004 la Duma decretó que el 7 de noviembre dejara de ser fiesta nacional para ser sustituido por el 4 de noviembre, Día de la Unidad Popular, que recupera la antigua celebración de la liberación de Moscú de las tropas polaco-lituanas en 1612, festividad que tuvo lugar hasta 1917.
El 4, primer día de nuestra estancia tras haber aterrizado la tarde anterior y apenas haber tenido tiempo de visitar la Plaza Roja en medio de una preciosa nevada de bienvenida, regresamos a este centro neurálgico de la ciudad para encontrarla vallada y rodeada de un impresionante dispositivo de seguridad compuesto por efectivos de la Policía, del Ejército y del OMON, persistente a lo largo de nuestra estancia –y no en vano, el 5 se dieron varios avisos de bomba por los que hubo que desalojar el Bolshói y el Hotel Metropol–, con motivo de los actos oficiales del Día de la Unidad Popular.
Dirigimos nuestros pasos pues al Museo de Historia Contemporánea, antiguo Museo de la Revolución (250 rublos por persona, 3,70€, unas dos horas de visita), en el que a pesar del centenario de la Revolución rusa, esta y la Guerra Civil rusa han perdido peso específico hasta ocupar una parte más bien reducida en comparación, por ejemplo, con la Gran Guerra Patriótica (el conflicto germano-soviético durante la Segunda Guerra Mundial), con la Perestroika o con la Rusia actual. A pesar de contar con paneles introductorios de cada sección e interactivos en inglés, la información de las cartelas estaba exclusivamente en ruso, tónica habitual de muchos museos moscovitas. La historia del edificio es en sí fascinante, ya que salvo un breve lapso de tiempo se mantuvo abierto durante la Segunda Guerra Mundial, y tiene piezas de cierto valor (por ejemplo, el estandarte que llevaba el tren blindado de Trotski) y algunos interactivos bastante completos sobre biografías o el seguimiento de las jornadas revolucionarias a través de la prensa de la época. Sin embargo el contenido, especialmente en lo relativo a la temática que aquí nos atañe, defraudó un tanto por lo escaso y aséptico de la muestra, lo algo anticuado del discurso expositivo y, sobre todo, la barrera lingüística.
Tras tres días de visitas intensivas a museos (de algunos daremos cuenta en subsiguientes entradas), entre los que cayeron el Museo Central de las Fuerzas Armadas, el Museo Pushkin, la Galería Tretiakov, el Museo Panorama de la batalla de Borodinó, el Museo de la Gran Guerra Patriótica, el Museo Estatal de Historia, el Museo de la Guerra de 1812 y, por supuesto, el Kremlin y San Basilio, el 7 de noviembre regresamos a la Plaza Roja, que había permanecido cerrada en jornadas anteriores en preparación de la conmemoración… pues no, no del centenario de la Revolución, sino del 76.º aniversario del desfile del 7 de noviembre de 1941, cuando se conmemoró el 24.º aniversario de la Revolución mientras se libraba la batalla de Moscú en la que terminaría por estrellarse la Blitzkrieg alemana.
Después de lograr acceder a la Plaza Roja –no pregunten cómo, se requerían entradas que se habían repartido, a una por persona, en trabajos y asociaciones–, fuimos testigos de un acto de claro cariz de reivindicación nacionalista (no hizo falta entender ruso para percibirlo) en la que aparecieron reconstructores/soldados ataviados para la ocasión recreando los cinco episodios fundacionales de la ciudad al ritmo de las atronadoras canciones de dudoso gusto de diversos cantantes pop, suponemos que de moda: las victorias de Dmitri Donskói, gran príncipe de Moscovia, frente a los mongoles, principio del fin de la dominación de la Horda de Oro sobre Rusia; 1612, cuando se recuperó el Kremlin de Moscú de manos de los polaco-lituanos; la encarnizada batalla de Borodinó tras la invasión napoleónica de 1812; 1917-1918 (¡por fin rastro del centenario de la Revolución!), aunque resultaba entre cómico y patético ver a un cantante pop desgañitándose a bordo de una tachanka; y finalmente, 1941 y la mencionada batalla a las puertas de Moscú.
Tras marchar todos juntos sosteniendo una gigantesca bandera de la capital, se procedió a recrear el susodicho desfile de 1941. Ante nosotros fueron pasando, una tras otra, compañías de fusileros, de subfusiles PPSh, de ametralladoras ligeras, de esquiadores, de obreros e incluso de caballería, seguidos por los cadetes del Ejército ruso. Finalizado el desfile, sendas parejas de tanques T-34/85, T-34/76, T-60 y T37, autopropulsados SU-100, y blindados BA-64 y BA-7 ocuparon el centro de la Plaza Roja, para solaz de niños y de un servidor, que no perdió la ocasión de subirse a lomos de varios de ellos e incluso meterse dentro de la torreta de un T-34/85, más concretamente en el asiento del artillero, cuyo cañón apuntaba, suponemos que accidentalmente, al Mausoleo de Lenin. Aunque el desfile duró de 10 a 11, los tanques permanecieron en la plaza hasta bien entrada la tarde y, con ellos, las restricciones de acceso.
Mausoleo que, por cierto, permaneció cerrado durante toda la jornada, así como las anteriores en la que la Plaza Roja estuvo clausurada, y no reabrió hasta la mañana del 8, en la que en el momento de la apertura había una modesta cola para acceder al mismo.
En resumen, con esta pirueta en forma de descafeinada celebración supuestamente despolitizada, las autoridades rusas rizaban el rizo y lograron desviar la atención del controvertido centenario de la Revolución de Octubre al contextualizar la conmemoración por arte de magia en la Gran Guerra Patriótica (acontecimiento de connotaciones indudablemente positivas), integrada (y por tanto, diluida) a su vez dentro de un tutti frutti de periodos históricos fundacionales de la ciudad de Moscú. Y, de paso, tener la Plaza Roja ocupada (y el Mausoleo de Lenin cerrado) tanto el 7 como los días previos, privando a los manifestantes comunistas de este emblemático y mediático espacio para sus reivindicaciones, que hubieron de marchar en cambio de la Plaza Pushkin a la Plaza de la Revolución, donde se yergue el busto de Karl Marx.
Sin embargo, pudimos resarcirnos con nuestra visita, in extremis antes de salir corriendo al aeropuerto, al Museo de la Guerra de 1812. Además de su deliciosa colección permanente y exquisito concepto expositivo, albergaba una también magnífica y moderna exposición temporal dedicada al centenario de la Revolución, La energía de un sueño. Hacia el centenario de la Gran Revolución rusa (600 rublos el tíquet combinado para ambas visitas, 9€, unas dos horas de visita. Exposición temporal abierta del 3 de noviembre de 2017 al 28 de febrero de 2018) inexplicablemente no publicitada en el exterior del edificio.
La muestra contenía, entre otras piezas, espectaculares lienzos, pósters de ambos bandos de la Guerra Civil, fotografías de los estragos causados por el conflicto y por el hambre e incluso los bocetos de algunos proyectos arquitectónicos megalómanos nunca llegados a ejecutar. Desgraciadamente solo los paneles principales estaban en inglés, mientras que las cartelas, únicamente en ruso.
Vergonzosamente la actitud del gobierno ruso ante este aniversario era de despolitizar la historia y darle unos tintes nacional-patrióticos al pueblo de Moscú.
Fui a mediados de octubre a Moscú durante 6 días y lo único que vi de la revolución es la exposición del Museo de Historia Contemporánea, una exposición raquítica y sin apenas estar explicada en inglés (algo habitual en Moscú). Mis acompañantes y yo hicimos una pequeña crítica en el cuaderno que estaba situado al final aclarando que era pésima la actitud del Kremlin ante el acontecimiento y hacer una crítica a todos los estalinistas que se adueñan y tergiversan la historia.
La única exposición sobre la Revolución realmente buena (aunque con la misma limitación idiomática es la del Museo de la Guerra de 1812, que no inauguraron hasta el 3 de noviembre. Una pena que os la perdierais, esta sí que merecía la pena.
Comentar una errata. El artículo dice: «Ya sabíamos que el centenario resultaba incómodo a las autoridades rusas, por descontado nada propensas a conmemorar la Revolución. De hecho, ya en diciembre de 2004 la Duma decretó que el 7 de octubre dejara de ser fiesta nacional para ser sustituido por el 4 de noviembre, Día de la Unidad Popular, que recupera la antigua celebración de la liberación de Moscú de las tropas polaco-lituanas en 1612, festividad que tuvo lugar hasta 1917.»
Obviamente, el articulista se refiere al 7 de noviembre (fecha de inicio de la Revolución Rusa de 1917 -25 de Octubre según el antiguo calendario juliano-), fecha en que la antigua URSS conmemoraba el aniversario de la Revolución bolchevique, y no al 7 de octubre.
corregido, gracias por el aviso.
Añadir que es muy comprensible que Putin este incómodo con la conmemoración del aniversario de la Revolución bolchevique, tratando de pasar de puntillas sobre el mismo cuando no directamente sustituyendolo por otro hecho commemorativo ocurrido el 7 de noviembre de 1941 -festividad de la Revolución-, fecha del desfile del Ejército Rojo en la Plaza Roja de Moscú, con el ejército nazi amenazante a las afueras de la ciudad -sustituye pues, aquel acontecimiento histórico que divide a la sociedad rusa por este último de carácter más patriótico y aglutinador, pues se trataba de hacer frente a un enemigo externo y no de una lucha fratricida de rusos contra rusos-
Pese a su pasado como agente del KGB en la RDA, Putin está apoyado por las nuevas oligarquías rusas y pese a tener nostalgia del inmenso poder que antaño tenía la URSS y que se evidenciaba en su inmensa esfera de influencia (más allá incluso de las antiguas Repúblicas Socialistas Soviéticas que constituyeron la URSS desde 1922 hasta 1991) perdida tras el colapso soviético, es como cabeza de un Estado, enemigo de cualquier atisbo revolucionario.
A Putin y al régimen oligárquico que le sostiene no les interesa saber lo más mínimo de revoluciones que puedan afectar a sus intereses políticos y económicos. Les interesa un régimen férreo y estable. No hay más que ver como reprimen cualquier atisbo de oposición y la falta de transparencia del régimen. Si bien hay un acercamiento evidente con la Iglesia Ortodoxa Rusa y ha rehabilitado la figura del Zar Nicolás II y su familia, como efecto aglutinador del pueblo ruso tampoco reniega abiertamente del régimen anterior, jugando con ambigüedad, y tratando de regenerar un nacionalismo ruso imperialista que aglutine a toda la nación. De hecho, salvando las distancias, se considera a si mismo el líder fuerte que necesita Rusia para devolverle su antiguo esplendor y recuperar el terreno perdido desde el colspso soviético.
Y todo esto ? donde queda el pueblo ruso, siempre e tenido la sensación, el que siempre a perdido es el pueblo ruso, nunca desde los tiempos de RUS, hasta la fecha, todo el potencial, creatividad, etc. del pueblo
ruso, a sido retenido, suprimido, etc. por todos los que los han gobernado; ( zares,mongoles, otra vez zares, comunistas, y la lista es larga ) es en resumen lo que pienso del gran PUEBLO RUSO.