Murat, rey de Nápoles, tenía órdenes de Napoleón de mantener a raya al Ejército de Bohemia, para lo cual se replegó hacia una favorable posición, una suave meseta que se extendía entre las localidades de Liebertwolkwitz, Gueldengossa y Wachau, coronada por una loma (Galgenberg) desde la que la artillería francesa dominaba el campo de batalla, y que ocultaba al enemigo el grueso de las tropas imperiales.
Esto y lo embarrado del terreno debido a las recientes lluvias debería haber bastado para frenar el avance del precavido comandante aliado, el austriaco príncipe Schwarzemberg, pero el general Wittgenstein, al mando de la vanguardia del Ejército de Bohemia, que tenía órdenes de atacar pero sin comprometerse en una acción de relevancia, interpretó el repliegue de Murat como una retirada y se precipitó en persecución, confiando encontrarse con una simple fuerza de retaguardia.
Cuando se levantó la densa niebla de esa húmeda y fría mañana otoñal, los cosacos enviados para reconocer la posición comenzaron a enviar informes de una poderosa fuerza de caballería enemiga con la que ya encontraban trabados en diversas escaramuzas. Murat sumaba casi 10 000 jinetes en 79 escuadrones, frente a los apenas 6000 soldados a caballo aliados. Ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.
Lo que se dio a continuación fue una típica batalla de caballería, una confusa sucesión de cargas y contracargas, persecuciones que se veían abortadas ante la presencia de tropas frescas, reorganizaciones en retaguardia y vuelta a un combate en el que la iniciativa cambiaba de manos tan rápidamente como el sino de la victoria. Coraceros y lanceros polacos, dragones y jinetes ligeros franceses se lanzaban al combate en oleadas sucesivas para ser contrarrestados una y otra vez por la caballería aliada, que, a pesar de su inferioridad numérica, demostró una mayor pericia y flexibilidad táctica, respondiendo a las densas columnas de caballería pesada francesa con un despliegue por escuadrones que les permitía amenazar sus flancos. Y es que la caballería francesa aún sufría las consecuencias del desastre de Rusia.
La batalla de Liebertwolkwitz fue ganando en intensidad, alimentada con cada vez más regimientos de caballería aliada. Las cargas y contragargas se alternaban con continuas escaramuzas y temerarios asaltos a las baterías de artillería enemigas, como el protagonizado por los Coraceros de Silesia prusianos, que en su intento de arrastrar los cañones capturados a sus posiciones sufrió un severo castigo (contaría un 32% de bajas al final de la batalla). En lo confuso de los combates, el propio Murat estuvo a punto de ser capturado hasta en dos ocasiones, salvado in extremis por la valerosa intervención de sus edecanes.
Sin embargo, como toda batalla de caballería, la acción resultaba poco decisiva, por lo que Wittgenstein envió órdenes al IV Cuerpo de Ejército del general Klenau de atacar y tomar el pueblo de Liebertwolkwitz. Este se sumó inmediatamente a la refriega, protegiendo los flancos de sus columnas de infantería de posibles cargas enemigas con caballería ligera desplegada en escaramuza y haciendo un inteligente uso del terreno para ocultar a sus tropas durante el avance. Su aparición frente a Liebertwolkwitz fue una completa sorpresa para los franceses, que se vieron obligados a retirar las baterías de artillería desplegadas junto a la población, que tanto habían castigado a la caballería aliada. En contraste con lo relativamente incruento de los combates de caballería, el asalto a la población fue encarnizado, calle por calle, casa por casa, con las posiciones cambiando sucesivamente de manos. A las 14.00 horas, Liebertwolkwitz estaba en manos austriacas.
Llegado a este punto, cualquier comandante francés hubiera ordenado el repliegue, pero Murat no era un comandante cualquiera. Al tiempo redoblaba la presión sobre los defensores de Liebertwolkwitz, dispuso a sus bravos jinetes para una última carga.
A las 14.30 los cañones franceses silenciaron su fuego y del humo de los disparos emergió una terrorífica masa de dragones (Divs. de Milhaud y L’Héritier) en densas columnas de escuadrón, encabezada por los coraceros polacos, con la caballería ligera formando en retaguardia.
Las baterías aliadas abrieron fuego contra la marea de hombres y caballos que se les echaba encima, pero sin conseguir frenarles. Lejos de arredrarse ante tal estremecedor espectáculo, los Coraceros de Brandemburgo se lanzaron a la carga, apoyados por los Ulanos de Silesia, los húsares rusos de los regimientos Sumy y Lubny y diversos escuadrones austriacos del Regimiento de Húsares Erzherzog Ferdinand, de Chevauxlegers de Hohenzollern, Chevauxlegers de O’Reilly y Coraceros del Káiser.
La primera oleada de caballería aliada logró frenar en seco el avance francés, y la segunda les puso en retirada, demostrando una vez más la superioridad de la caballería aliada en 1813.
La derrota de Murat en la batalla de Liebertwolkwitz podría haber precipitado los acontecimientos de la batalla de Leipzig, pero Wittgenstein hizo gala una vez más de su escasa iniciativa y, siguiendo al pie de la letra sus órdenes de no trabarse en combates de relevancia, decidió no mantener la presión, ni siquiera reforzar la precaria posición de Klenau en la propia Liebertwolkwitz, sometida a constantes ataques franceses. Tras horas de encarnizados combates, hacia las 18.00 horas los franceses lograron tomar la iglesia, último reducto de resistencia austriaca.
La batalla de Liebertwolkwitz había acabado. Lepizig, la Batalla de las Naciones que cambiaría el sino de las Guerras Napoleónicas, estaba a punto de comenzar.
En 1813 Napoleón contaba con poca caballería respecto a la que había contado en otras campañas y además en gran parte inexperta. Y eso se notó en el no aprovechamiento de sus victorias.