En esta sobrecogedora entrevista, Mordechai Aviam nos ha ofrecido con todo tipo de detalle su experiencia de combate, precisamente en los escenarios más duros de los Altos del Golán, una experiencia que pone en relación con su actividad científica en el yacimiento de Jotapata y con los conflictos judeo-romanos de la Antigüedad. En definitiva, una reflexión sobre el componente humano de la guerra en la que se conecta pasado y presente. ¡No os la perdáis!
DF: ¿Dónde se encontraba cuando estalló la guerra? ¿En qué lugar estaba destinado y cuál era su misión?
MA: Llevaba destinado en la 188.ª Brigada Barak desde marzo de 1973, al mando de un tanque. Tenía 19 años y medio de edad. Contábamos con un tipo de tanque que en Israel conocíamos como Sho’t Kal, que eran una versión israelí del Centurión británico. Yo estaba muy interesado en pertenecer a esta unidad porque era la única brigada acorazada destacada frente a los sirios en lo que nosotros denominábamos un “Día de Combate” [N. del T.: Incursiones de desgaste sin continuidad, características del periodo anterior a la guerra, que no derivaban en un conflicto abierto]. En septiembre, cuando la tensión fue en aumento a lo largo de la frontera con Siria, yo estaba deseando que desembocase realmente en un “Día de Combate”, ya que desde mi llegada no había habido nada semejante. Mi compañía, la 6.ª, del 74.º Batallón, fuimos destinados a lo largo del extremo meridional de los Altos del Golán. Nuestra misión consistía en que cada pelotón de tres tanques protegiera un puesto avanzado de infantería ante cualquier ataque sirio y se enfrentara a sus tanques en caso de combate. Sorprendentemente, nunca nos explicaron qué debíamos hacer en caso de que estallara una auténtica guerra, solo estábamos preparados para las incursiones.
DF: Desde el punto de vista del relato historiográfico y de las decisiones políticas cobran mucha importancia los días previos a la guerra, los preparativos de los ejércitos árabes y los supuestos fallos de la inteligencia israelí pero, ¿cómo se vivieron sobre el terreno esos días de tensión y alarma ante la posibilidad de que estallara la guerra?
MA: Nuestro por entonces comandante de pelotón, el teniente Avi Ronis, nos explicó que, conforme a la inteligencia militar, habría un “Día de Combate” en caso de que los sirios lanzaran un ataque que pretendiese conquistar los puestos avanzados de la frontera, ¡pero no se nos dijo nada sobre la posibilidad de una guerra a gran escala! La tarde del lunes, después de ser rescatados por las fuerzas israelíes que reconquistaban el sur de Golán, fui aerotransportado y llevado hasta el hospital de Haifa. A la mañana siguiente, mi novia (y actual esposa) estaba sentada junto a mí leyéndome el periódico y me dijo “la guerra continúa en ambos frentes” y yo le respondí “¿Guerra, qué guerra, es que hay una guerra?”. Y ella me respondió “¿De dónde te crees que vienes?”.
DF: Durante la contienda, la Brigada Barak fue casi completamente destruida. Los combates debieron de ser durísimos. ¿Cómo fue tu experiencia personal?
MA: La Brigada Barak era la unidad blindada más profesional y mejor entrenada de todo el ejército israelí, puesto que llevaban un año entero de combates esporádicos con el ejército sirio. Yo sentía que estaba preparado para cualquier tipo de misión de combate. Todos conocíamos bien el terreno, podíamos conducir hasta nuestras posiciones (rampas específicas para tanques), incluso de noche y con las luces apagadas, y conocíamos la posición de cada tanque sirio a lo largo de todo el frente. Nuestros carros de combate estaban perfectamente equipados y técnicamente a punto. Mi pelotón, dirigido por el teniente segundo Natti Levie, fue destinado a Juhader, a lo largo de la carretera de la llamada Línea TAP [N. del T.: Trans-Arabian Pipeline, oleoducto que cruza los Altos del Golán y cuyo itinerario viene seguido por una carretera de servicio], que discurre en sentido oriental hacia Siria en una línea prácticamente recta. Nuestras rampas de tiro estaban a unos 1000 metros al oeste de la frontera.
A las 13.55, estando yo en mi cama (donde permanecíamos vestidos y preparados desde hacía tres semanas, solo podía ducharse un soldado a la vez), cuando sentí un “terremoto” y estruendosos sonidos de bombas. “Ahí está” me dije, “¡aquí viene, mi primer Día de Combate, voy a demostrar lo que mi tripulación es capaz de hacer!”. Nuestros tres tanques salieron del refugio hacia la carretera de la Línea TAP. Miré hacia el norte, los Altos de Golán estaban envueltos en fuego y miles de “hongos” de humo cubrían el horizonte. Oí el sonido de los cazas y me dije “aquí viene la Fuerza Aérea Israelí”, pero el caza que me sobrevolaba no se parecía a nada que conociera, ¡y las bombas cayeron de sus alas hacia mí! Salté al interior de mi torreta y cerré la compuerta. Las bombas estallaron sin dañar nuestros tanques. En escasos minutos nos encontrábamos en nuestras rampas, rastreando nuestros objetivos. Teníamos un protocolo bien conocido en el caso de una incursión para evitar ser alcanzados por los misiles antitanque soviéticos Sagger: un tanque dispara, otro ayuda a fijar el objetivo (aún carecíamos de sistemas láser) y un tercero vigila en busca de misiles. Así es como comenzamos la Guerra del Yom Kippur. Había docenas de tanques sirios frente a nosotros (muchos de los cuales habían llegado en las noches anteriores), ¡y nosotros disparábamos desde un único tanque! ¡Ni siquiera sabíamos que estábamos en guerra! Miré por mis binoculares y quedé petrificado. A lo largo de la Línea TAP en el lado sirio se veía una larga “serpiente” de tanques y vehículos de combate, ¡cientos! La artillería siria nos perseguía hasta las rampas y, tras un breve espacio de tiempo, nos llegó un mensaje por radio de que Asher, el comandante del tanque vecino al nuestro, estaba malherido. En un “Día de Combate”, todo herido ha de ser evacuado al hospital; en guerra, no. Si el comandante es herido, el artillero ocupa su lugar. El tanque 2B se retiró y nos quedamos únicamente dos carros. ¡Frente a nosotros se desplegaban más de 100 tanques sirios! El primero estaba ante las alambradas de la frontera. Contaba con un sistema de destrucción de minas, que las hacía explotar a su paso. Acerté al primer tanque cuando se encontraba sobre el foso antitanque.
La columna siria al completo se detuvo y pedí apoyo aéreo por radio a mi comandante de pelotón. “Ningún apoyo aéreo, corto” fue su contestación. “¿Dónde estará la Fuerza Aérea Israelí?”, me preguntaba yo. Los sirios ya habían penetrado a través del foso, gracias a los vehículos lanzapuentes. Los dos tanques del 2.º Pelotón nos tuvimos que cambiar de posición a medida que la artillería siria arreciaba con mayor intensidad. Mientras nos movíamos, vi cómo el tanque de mi comandante era alcanzado y comenzaba a arder. Cuatro figuras saltaron al exterior. Nos aproximamos y subieron a nuestro tanque. Natti me ordenó que volviéramos al cuartel donde él tomaría el tanque de Asher para volver al combate. Regresamos 15 minutos más tarde; para entonces ya contábamos con el apoyo de 5 nuevos carros de la 188.ª y combatíamos contra más de 100 tanques sirios, aparte de la infantería, en las colinas del sur del Golán. Hacia las 16.00 se nos ordenó abandonar la Línea TAP y acudir hacia el sur, en apoyo del 3.er Pelotón, que combatía contra un sinnúmero de tanques que atacaban el puesto avanzado de infantería 116, el más al sur del Golán, y que habían agotado su munición.
Ya había caído la tarde y oscurecía progresivamente. En el trayecto hacia el sur nos topamos en dos ocasiones con tanques sirios que habían penetrado en profundidad en nuestro territorio. En uno de los casos destruí el primer tanque de una columna desde una distancia de 50 metros. Al llegar al puesto avanzado 116, lo hallamos cubierto de una espesa humareda de tanques en llamas, perdí de vista a mi comandante Natti y mi radio estaba averiada. Conduje mi tanque a un lugar apartado y conseguí arreglar la radio. Natti me llamaba desesperadamente: “Motti, ven y rescátame, me ha paralizado una mina”. Entre la oscuridad y el humo conseguí localizarle, su equipo subió a mi tanque y nos unimos a los 3 carros del 3.er Pelotón. Hacia las 22.00 nos atacaron los sirios. Ellos contaban con visión nocturna y nosotros no. Nuestro tanque, con ocho soldados en su interior, fue alcanzado y comenzó a arder. Natti ordenó al conductor retroceder y caímos en un foso antitanque. Lo abandonamos, saltando con nuestros cascos VRC, las Uzi colgadas del pecho y granadas en los bolsillos. Corrimos por el interior del foso, saltamos fuera y nos reunimos con los tanques del 3.er Pelotón. Éramos cinco tripulaciones para tres vehículos. El 3.er Pelotón había perdido a su comandante en el ataque.
Nos ordenaron subir a una colina cercana llamada Tel Saki donde quedaban algunos tanques supervivientes de la 7.ª Brigada. Se nos ordenó cogerles la munición y regresar al combate. Conduciendo en una completa oscuridad, con las luces apagadas, uno de los tanques chocó contra una gran roca y hubo de ser abandonado. Ahora éramos cinco tripulaciones en dos carros y yo estaba en el exterior de uno de ellos, agarrado al cañón para no caerme. Hacia medianoche alcanzamos el Tel. Tras diez horas de combate, el 2.º pelotón había perdido todos y cada uno de sus tanques, así como a uno de sus comandantes. Este fue el panorama habitual de la 188.ª Brigada Barak. En los primeros dos días de combate, la práctica totalidad de los 100 tanques de la brigada fueron destruidos, y muchos de sus comandantes o soldados murieron o fueron heridos. Hacia el amanecer del domingo, mi padre, que servía en la reserva como ayudante del portavoz del Ejército de Israel, preguntó a unos amigos qué estaba ocurriendo en Golán. Su amigo le respondió que por qué preguntaba y explicó que su hijo estaba en la 188.ª. La respuesta fue, literalmente “la 188.ª ha sido borrada del orden de batalla”. Nada de esto llegó a oídos de mi madre.
A esas horas el brigadier Isaac Ben Shoam, su ayudante y oficial de operaciones habían muerto en un combate de tanques en las vallas de Nafakh, el campamento principal del Ejército Israelí en el Golán, pero en mi caso esto no supuso el fin de la guerra. En Tel Saki, a medianoche, quedaban algunos tanques y un vehículo blindado con cinco paracaidistas del 50.º Batallón. Estaban destacados en ese lugar con la misión de observar, en el momento en que fueron atacados. Tras nuestra llegada, comenzamos a trasladar proyectiles de un tanque a otro, y de improviso los sirios atacaron con gran potencia de fuego. Todo aquel que tuviera un tanque saltó al suyo y corrió a acometer a los sirios. Mi tripulación y algunos más nos unimos a los paracaidistas y hallamos refugio en un búnker de cemento diminuto que había en las cercanías. Carecía de puertas, tan solo dos pasillos cortos que conducían a una estancia de 2×2 metros con tres literas de hierro. En teniente Menajem Ansbacher era el comandante de los soldados de infantería y nos dijo que estaba seguro de que los sirios atacarían al amanecer. El vehículo armado contaba con una ametralladora pesada y dispuso a otros dos soldados en lo alto de la colina con otra ametralladora más ligera.
Al amanecer, Menajem nos avisó de que estuviéramos preparados y ordenó a sus tropas que no disparasen hasta que el enemigo estuviera muy cerca, pues estábamos cortos de munición. Gritó fuego cuando decenas de soldados sirios comenzaban a avanzar hacia el Tel. Nuestras ametralladoras dispararon durante un cuarto de hora, alcanzando a muchos sirios, pero agotando nuestra munición. Menajem entró en el búnker y exclamó “si uno de vosotros, carristas, puede correr a uno de los tanques abandonados en la colina y traer más munición, podremos continuar la lucha”. Sin pensarlo demasiado, ordené a dos soldados de mi tripulación que me acompañaran. Me puse el casco VRC, cogí mi Uzi y salí al exterior. El tanque estaba a unos 50 m de distancia y, mientras corría, vi a los dos paracaidistas que disparaban desde lo alto de la colina. De improviso, uno de ellos se incorporó y nos disparó con su Uzi. Creía que los sirios le habían rodeado y le atacaban por detrás. Tres balas me alcanzaron a una distancia de 20 metros. Una rompió mi brazo izquierdo, la otra alcanzó mi rodilla y la tercera me acertó en el centro de la frente, hizo un orificio de 9mm en mi casco y me arañó la frente. Caí al suelo gritando y mis soldados me trajeron de vuelta al búnker. No había médico alguno y el único tratamiento que recibí fueron simples vendas. Permanecía dolorido en el búnker mientras los combates seguían en el exterior y trataba de comprender qué me había ocurrido, cuando sentí sangre en mi rostro. Me llevé la mano a la frente y noté la herida. Puse mi dedo a través del agujero del casco y no podía creer lo que estaban viendo. ¡Había un agujero de bala en mi casco! A lo largo de los siguientes minutos se agotó la munición y todos nos refugiamos en el búnker. Menajem se comunicó con la unidad de artillería israelí y les pidió que bombardeasen el Tel y sus alrededores para evitar que los sirios lo tomaran. Pero, tras dos cañonazos, estos también se quedaron sin munición. Cinco minutos después oímos voces en árabe, disparos hacia el interior del búnker y la tremenda explosión de una granada. Todos fuimos heridos y perdimos la consciencia. No podía oír nada, ni sentir nada, sabía que estaba muerto. Sólo podía pensar en mi hermana, que debía dar a luz uno de esos días, y en que probablemente pondrían al niño mi nombre. Tras unos minutos oí ruidos, por entonces pensaba que estaba en el Más Allá. Muerto pero escuchando ruidos, ¡aquello debía de ser el Más Allá! Tras unos segundos me percaté de que lo que oía era a mis amigos y a mí mismo quejándome del dolor. Tras unos segundos, Menajem, que estaba gravemente herido, dijo: “¿puede alguien salir y decirles a los sirios que nos queremos rendir?”.
Isaac Nigerker, uno de los soldados, se incorporó y salió. Al instante oímos disparos y Menajem dijo: “no van a tomarnos prisioneros, van a entrar con cuchillos y masacrarnos. No se lo permitiremos, cada uno de vosotros tomará una granada, quitará el seguro y la mantendrá entre sus manos. Cuando los sirios entren yo daré la orden y les volaremos junto con nosotros”. Quitamos los seguros de las granadas, todos esperábamos el desenlace fatal. No ocurrió nada. Silencio. Ni el más mínimo sonido. Tras media hora Menajem sugirió, con voz baja, que aparentemente los sirios se habían ido. Pero ya no sabíamos dónde habíamos arrojado los seguros de las granadas… pues nadie creyó que sobreviviría. Entre la oscuridad y sangre del suelo del búnker cada uno buscaba la aguja del seguro de su granada. Todos los seguros fueron hallados excepto uno. ¿Qué hacemos con esta granada? Menajem cogió una aguja de pelo que sujetaba su boina y la introdujo en la granada. Estábamos a salvo… por ahora. Todos estábamos heridos y perdíamos sangre. Avital tomó la responsabilidad de cuidar de cada uno de nosotros, poner vendas y decir algunas palabras que nos reconfortasen. Así transcurrió el domingo desde las 9.00 horas hasta la noche. Pedimos ayuda por radio y nos respondieron que los helicópteros estaban en camino, y que las fuerzas israelíes llegarían en cualquier momento. Lo creímos, pues queríamos creer, ¡así es el poder de la esperanza! Esa misma mañana hubo dos valerosos intentos de rescate por parte de paracaidistas montados en vehículos blindados, que trataban de escalar el Tel al tiempo que combatían a los sirios. Ambos fracasaron, pues el número de tropas sirias en la falda del Tel era demasiado grande. El 50.º Batallón perdió dieciocho jóvenes en estos ataques.
Al anochecer, Natti y Nir salieron sigilosamente del búnker, se hicieron con un tanque y trajeron agua y comida; muy poca agua… cada uno de nosotros recibió media copa del contenedor de agua. Shaya, el paracaidista que me disparó por error, sufría de muy graves heridas que le volvieron sordo. Así, comenzó a gritar “¡quiero más agua!”. Todos tratamos de hacerle callar, pero no nos oía. Menajem ordenó que le estranguláramos, tratando así de salvar las vidas de 26 soldados a costa de la de uno. “Espera” contestó Avitat, “tengo una idea”. Cogió su cajetilla de cigarrillos, la abrió y escribió sobre ella “Shaya, no grites, hay sirios ahí afuera”. Shaya dejó de gritar. A la mañana siguiente los sirios sospecharon algo y dispararon un RPG hacia el interior del búnker. Shalom Fahima, mi artillero, murió y todos fuimos de nuevo heridos, si bien continuábamos con la esperanza de ser rescatados.
Hacia las 13.00 horas oímos un tanque que escalaba la colina del Tel. “Tomad granadas en vuestras manos, quitad los seguros, pero conservadlos en la mano opuesta, y esperad a mi orden” dijo Menajem. El tanque se detuvo y todos esperábamos que nos lanzara un disparo, que sería fatal. Oímos una voz en hebreo que decía “¡Ey! ¿Hay alguna tripulación de tanque ahí dentro?”. ¡Estábamos salvados! ¡Viviríamos! ¡Sobrevivimos!
A medida que los médicos nos sacaban del búnker buscamos el cuerpo de Isaac, pero no lo hallamos. Solo semanas más tarde supimos que había sido hecho prisionero. Gracias, en parte, a él, los sirios no entraron en el búnker. Al salir, le dispararon, pero erraron y pudieron capturarle. Llevaba un uniforme gris y pensaron que se trataba de un piloto de caza, de modo que le llevaron, victoriosos, hasta su comandante. Les dijo que él era el único superviviente del búnker. Cuando llegué al hospital y fui examinado, se pudo comprobar que mi herida más grave no era ni la mano ni la pierna rotas, sino un pulmón perforado.
DF: ¿Cómo se recuerda en Israel la guerra de 1973?, ¿qué queda de los motivos del conflicto y qué imagen pervive de los países enemigos?
MA: Cuarenta años después sigue siendo el mayor trauma de la sociedad y el Estado israelíes. Por mucho tiempo se la conoció como “la gran sorpresa”, pero más recientemente se ha podido demostrar que no fue tal sorpresa. La primera ministra Golda Meir y el ministro de defensa Moshe Dayan supieron con un día de antelación que estallaría la guerra, pero decidieron no lanzar un ataque preventivo con la aviación ni movilizar a toda la reserva. La razón de ello estribaba en que habían prometido a los americanos que no serían ellos quienes iniciaran las hostilidades. De este modo yo, mis amigos, la Brigada 188 y miles de soldados y oficiales israelíes en el Golán y el Canal de Suez ¡servimos de carne de cañón para la política internacional!
DF: ¿Has vuelto a los Altos del Golán, al escenario de los combates? Y si es así, ¿qué sensación te transmite reencontrarte con el lugar?
MA: Tras tres semanas hospitalizado y un par de meses en rehabilitación, volví al Tel, el lugar que había cambiado mi vida. Los supervivientes de este episodio visitamos el lugar dos veces al año. Uno en el día del recuerdo al soldado israelí y otro dos días después del Yom Kippur, para celebrar nuestro “segundo cumpleaños”. Se ha convertido en una muy útil terapia para muchos de nosotros, que aún sufrimos de PTS (Estrés post-traumático). Es más, en muchas ocasiones a lo largo del año doy charlas ante soldados y colegiales. Lo veo como una misión personal, el explicar a los israelíes que la guerra es nefasta y la paz valiosa, pero también, si no hay otra alternativa, que es preciso combatir con valentía por tus creencias y por tu libertad.
DF: Has trabajado durante once años como arqueólogo del distrito de Galilea Oriental para la Autoridad de Antigüedades de Israel. ¿Cómo llegaste a ser arqueólogo? ¿Fue esto antes o después de la guerra?
MA: Supe que quería ser arqueólogo desde que tenía catorce años. Adoraba la Historia y la Arqueología, recogía fragmentos cerámicos y líticos, y participé en mi primera excavación con tan sólo 16 años. Un año después de la guerra estudié en el departamento de arqueología de la Universidad de Tel Aviv. Redacté mi tesina doctoral en la Universidad Hebrea de Jerusalén y mi tesis doctoral en la Universidad Bar-Ilan.
DF: Entre otros, has trabajado en la excavación del yacimiento de Jotapata, una población judía que fue asediada y destruida por el Ejército Romano durante la Primera Guerra Judeo-Romana (66-73 a. C.). ¿Cómo llegaste a involucrarte en este proyecto?
MA: Debido a mi pasión por la historia, recibí La guerra de los judíos de Flavio Josefo como regalo por mi Bar Mitzvah, y lo leí una docena de veces. Conocía Jotapata sin haber estado en ella… En 1978, como joven arqueólogo, me convertí en guía en la Sociedad para la Protección de la Naturaleza en Israel, en el centro de interpretación de Merón, de modo que Galilea se convirtió en el nuevo hogar para mí y para mi familia. Comencé a prospectar las fortificaciones de Josefo en Galilea y supe que algún día excavaría en Jotapata. Cuando se creó la Autoridad de Antigüedades de Israel (IAA), fui nombrado arqueólogo de distrito para Galilea Occidental. Obtuve el apoyo del primer director de la IAA, Amir Drori (que también luchó en la guerra del Yom Kippur en el Golán y fue herido en el monte Hermón) y comencé a excavar en 1992.
DF: ¿Consideras que tu experiencia en la Guerra del Yom Kippur puede haber influido en tu comprensión de la naturaleza de las guerras entre Roma y Judea en el siglo I d. C.?
MA: Sí, me lo planteo a menudo. Las circunstancias no son las mismas. Hoy en día Israel es un Estado soberano entre el resto de naciones del mundo. Tenemos independencia y uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Judea no era así. En mi opinión, la Gran Revuelta Judía fue un movimiento político-mesiánico que no tuvo éxito. La Segunda Guerra Judeo-Romana o de Bar Kojba fue una guerra obligada para los judíos del siglo II d. C., pues no podían quedarse de brazos cruzados viendo cómo los romanos erigía un templo pagano en la explanada del Templo de Jerusalén. En el siglo I d. C., tras la derrota de la legión de Cestio Galo por los zelotes de Eleazar, hijo de Simón, quedó claro para la mayoría de los judíos, así como sumos sacerdotes, que Dios estaba con ellos y que, en caso de alzarse en armas, los judíos ganarían de nuevo su libertad, tal y como había sido en tiempos de los reyes Asmoneos.
DF: En el yacimiento de Jotapata se hallaron numerosos restos óseos humanos pertenecientes al asedio romano. ¿Cuáles fueron sus impresiones en el momento de su hallazgo? Y, en su experiencia en el combate moderno, ¿cree que la guerra y la violencia han cambiado desde entonces hasta hoy? ¿Son acaso menos brutales hoy que entonces o no?
MA: En primer lugar, mientras excavaba me percaté de que la narración de Josefo del final de la batalla de Jotapata es bastante similar a mi propia narración de la Guerra del Yom Kippur. Ambos perdimos la batalla, hallamos refugio con otros (él en una cueva, yo en un búnker), los dos estuvimos muy cerca del suicidio. Pero hay una diferencia crucial. Los compañeros de Josefo en la cueva, Eleazar hijo de Yair y sus compañeros en Masada, todos ellos se suicidaron sin oponer una última resistencia y sin dar opción a la rendición y a la vida. Al leer el discurso de Josefo en la cueva de Jotapata queda claro que él cree, tal y como estipula la ley divina judía, que no tiene potestad para quitarse la vida. Históricamente, nuestro modo de proceder en Tel Saki se asemejaba más a la historia de Sansón y los filisteos antes que a la Revuelta Judía frente a Roma. Tras esta experiencia he aprendido a amar la vida mucho más. Creo que toda persona debería invertir sus esfuerzos en defenderse a sí mismo, a su familia y país, ¡pero también es importante permanecer con vida! No me creo a pies juntillas todas las narraciones de Josefo acerca de los suicidios en masa, pues se contradice con lo más elemental de la naturaleza humana, si bien como recurso literario es de lo más emocionante.
DF: Muchas gracias por concedernos esta entrevista y ofrecernos un relato tan detallado de aquellos terroríficos momentos.
Un relato estremecedor y muy vivo. Nos transporta al momento como si lo estuviéramos viviendo.
Fantástico.