Justiniano I es uno de los soberanos que mayor huella dejó en los anales de la milenaria historia del Imperio. Entre los muchos rasgos de su polifacética imagen, uno sobresale a la hora de hacer balance de sus casi cuarenta años de gobierno: el de consumado estadista. A pesar de que, como versa el título –Utrimque roditur, “por todas partes me roen”–, el Imperio fue puesto a prueba en todos los frentes, fue capaz de mantener a Constantinopla en la cúspide de la intrincada red de relaciones geopolíticas que presidieron su época gracias a una magistral combinación de guerra y diplomacia. Desperta Ferro_Rávena